Qué les decía el Papa Francisco a los jóvenes sobre la educación


Un líder global que apostó por el aprendizaje
como motor de transformación social


La muerte del Papa Francisco, marcó el final de una etapa de fuerte compromiso con temas sociales, entre ellos la educación, la niñez y la juventud. Más allá del credo o la religión, su figura tuvo un impacto global y transversal, especialmente por su estilo de comunicación claro, empático y sin rodeos.


Durante su pontificado, Francisco dedicó una atención constante a los niños y jóvenes. Les hablaba con franqueza, alentándolos a cuestionar el mundo que los rodea, a comprometerse con su realidad y a no resignarse ante la injusticia. Para él, los jóvenes no eran solo “el futuro”, sino actores clave del presente.

Educación como herramienta de transformación

Francisco defendía la educación como un derecho esencial y una responsabilidad colectiva. Lejos de discursos formales, entendía la enseñanza como una herramienta concreta para construir sociedades más equitativas. Sostenía que invertir en educación no era un gasto, sino una inversión de largo plazo. “Recortar en educación es como dejar de alimentar a un pueblo”, afirmó en una de sus declaraciones más recordadas.


Repetía con firmeza que la educación debía ser integral: no solo debía enfocarse en contenidos académicos, sino también en formar personas con pensamiento crítico, sensibilidad social y responsabilidad ética. Hablaba de una formación que permita a cada niño y niña desarrollar su potencial, encontrar sentido a su vida y contribuir al bien de la sociedad.


Contra la indiferencia y el individualismo

Una de sus principales advertencias era el riesgo de caer en una cultura del descarte, donde quienes no producen o no se ajustan a determinados estándares son excluidos. Para contrarrestar esta lógica, proponía una educación centrada en valores como la solidaridad, la empatía y el respeto por el otro. “La mente es nuestra riqueza más valiosa, y es lo que cultivamos con la educación”, decía.


Francisco creía que formar ciudadanos comprometidos empezaba por escuchar a los jóvenes, darles voz y permitirles participar activamente en los procesos educativos. La educación, afirmaba, debía construirse junto con ellos, no simplemente transmitirse desde arriba.


“Hagan lío”: la invitación a incomodar

Uno de los mensajes más emblemáticos que dirigió a los jóvenes fue la frase “¡Hagan lío!”. Con esas palabras, los animaba a rebelarse contra la pasividad, a involucrarse en sus comunidades y a actuar desde la autenticidad. Para él, el cambio social no empezaba en los discursos, sino en las decisiones cotidianas.


Su llamado incluía también una revisión crítica del uso de las redes sociales. Instaba a los adolescentes a ser responsables con lo que comunican, a priorizar los mensajes constructivos y a combatir la desinformación y el odio virtual. “Es más fácil compartir malas noticias que una palabra de esperanza”, advertía.


Escuchar, una habilidad clave

En sus últimos encuentros con estudiantes, Francisco hizo hincapié en una habilidad muchas veces subestimada: la capacidad de escuchar. Invitaba a las nuevas generaciones a prestar atención sincera a quienes tienen algo que decir, especialmente a los mayores. “Escuchar es el primer paso para comprender, y la comprensión es base de la paz”, insistía.


Según su visión, en un mundo saturado de estímulos, aprender a detenerse y prestar atención al otro es un acto transformador. No se trata solo de oír, sino de interpretar y responder desde la empatía y el respeto.


Educación como acto colectivo

Francisco también insistía en que el sistema educativo debía pensarse desde una lógica colaborativa. Apostaba por una “alianza educativa global”, en la que participen familias, escuelas, gobiernos y organizaciones sociales. En su perspectiva, formar a una persona no es tarea exclusiva de docentes o instituciones: es un proceso comunitario.


Consideraba que el verdadero progreso sólo es posible si se promueve un desarrollo humano integral. Esto incluye no solo el aprendizaje académico, sino también el bienestar emocional, la creatividad, el sentido de pertenencia y la capacidad de actuar por el bien común.


Un legado que trasciende lo religioso

Más allá de su rol religioso, Francisco dejó un mensaje claro: la educación es una herramienta política, social y cultural con capacidad de modificar realidades. Su visión desafió estructuras establecidas y propuso una mirada más inclusiva, crítica y humanista de la enseñanza.


Hoy, sus palabras siguen vigentes como un llamado a repensar cómo, para quiénes y para qué educamos. Recordar sus mensajes no implica adoptar una fe, sino recuperar una forma de mirar el mundo en la que los jóvenes son protagonistas y la educación, el camino para hacerlo posible.



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